¿Dónde estarán? pregunta la elegía de quienes ya no son, como si hubiera una región en que el Ayer, pudiera ser el Hoy, el Aún, y el Todavía. ¿Dónde estarán? (repito) el malevaje que fundó en polvorientos callejones de tierra o en perdidas poblaciones la secta del cuchillo y del coraje? ¿Dónde estarán aquellos que pasaron, dejando a la epopeya un episodio, una fábula al tiempo, y que sin odio, lucro o pasión de amor se acuchillaron? Los busco en su leyenda, en la postrera brasa que, a modo de una vaga rosa, guarda algo de esa chusma valerosa de Los Corrales y de Balvanera. ¿Qué oscuros callejones o qué yermo del otro mundo habitará la dura sombra de aquel que era una sombra oscura, Muraña, ese cuchillo de Palermo? ¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos se apiaden) que en un puente de la vía, mató a su hermano, el Ñato, que debía más muertes que él, y así igualo los tantos? Una mitología de puñales lentamente se anula en el olvido; Una canción de gesta se ha perdido entre sórdidas noticias policiales. Hay otra brasa, otra candente rosa de la ceniza que los guarda enteros; ahí están los soberbios cuchilleros y el peso de la daga silenciosa. Aunque la daga hostil o esa otra daga, el tiempo, los perdieron en el fango, hoy, más allá del tiempo y de la aciaga muerte, esos muertos viven en el tango. En la música están, en el cordaje de la terca guitarra trabajosa, que trama en la milonga venturosa la fiesta y la inocencia del coraje. Gira en el hueco la amarilla rueda de caballos y leones, y oigo el eco de esos tangos de Arolas y de Greco que yo he visto bailar en la vereda, en un instante que hoy emerge aislado, sin antes ni después, contra el olvido, y que tiene el sabor de lo perdido, de lo perdido y lo recuperado. En los acordes hay antiguas cosas: el otro patio y la entrevista parra. (Detrás de las paredes recelosas el Sur guarda un puñal y una guitarra.) Esa ráfaga, el tango, esa diablura, los atareados años desafía; hecho de polvo y tiempo, el hombre dura menos que la liviana melodía, que solo es tiempo. El Tango crea un turbio pasado irreal que de algún modo es cierto, el recuerdo imposible de haber muerto peleando, en una esquina del suburbio. De: El otro, el mismo |
JORGE LUIS BORGES
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